domingo, 27 de septiembre de 2015

el día de la independencia

Tiemblan los tambores del antaño y la manifestación masiva. Tiemblan políticos y mercachifles. Tiemblan los muñones de quienes aplauden con las manos que su cerebro les quiere inventar. Tiembla el terruño y los brotes de niños aún por nacer, ante el milagro posible de un futuro libre e independiente. Libre e independiente... ¿de qué? Y, quede claro, proclamo: bravo por la autodeterminación de los pueblos, bravo por autodeterminación cualquiera. He de expresarlo con claridad, no vaya a ser que no se comprendan las palabras que hoy quiero esculpir en este libro idiota de la cibernética fugaz.

Hoy, ya digo, en esta tierra que sufrimos mientras nos soporta, más de uno clama por la independencia, mientras otros tantos reclaman a gritos lo opuesto. No sé, no puedo saber, no tengo capacidad ni criterio para emitir una opinión sosegada, al menos más sosegada que la de los contertulios profesionales que rugen las ondas televisivas a mayor gloria de sus bolsillos avariciosos. Yo, lo siento, sólo sé que hoy, el mismo día que muchos ciudadanos reclaman para sí la independencia de un estado, un sistema, una cosa que no alcanzan mis deterioradas neuronas a comprender, hoy, justamente hoy, recibo noticia urgente de que mi sexo reclama, también, independizarse de mi cuerpo. 

He amanecido húmedo de glorias freudianas de esas que desmenuzan los sueños sobre la tabla de cortar del deseo más imperioso. He despertado mojado, hoy, con una flor de esperma marchita sobre la cosecha tierna de las sábanas. He contemplado mi sexo, más bien este me ha contemplado a mí, con su horrible mirada polifémica aullando frases que no logro comprender. He ido hacia la cocina, como cada mañana, con el incendio frustrado de un cigarro asfixiándome los pulmones, a prepararme ese café negro como deseo insatisfecho. Es entonces que he comprendido la humedad con que mi sexo ha desprestigiado la nívea pradera del lecho. He asimilado que, alejado de ti, amor, mi sexo es órgano insatisfecho, pueblo frustrado en que los miles de habitantes que lo componen reclaman mejor gobierno. Ondean la bandera de la humedad como enseña de su identidad dolida, hoy, mientras yo ninguneo su deseo de autodeterminación oreando las sábanas al sol de una mañana de otoño desorientado.Quiero decir que mi sexo reclama la independencia. Proclama su identidad propia, su carácter distinto, y una lengua particular que desarregla los acentos con el tartamudeo de tu paladar hambriento, hasta tal punto que habla idiomas que yo no conozco, por más que lo pretenda. Porque mi sexo presume de una dicción de diptongos ensalivados y esdrújulas ardientes, cuando entra en casa, en ti, y se siente nación independiente de mis pensamientos e impulsos. Si sólo en ti reconoce su identidad, ¿para qué negarle la independencia?

Y es que mi sexo siembra caudales de riqueza en tu vientre, y no precisa de mis torpes economías domésticas para hacerse una vida cómoda. Es que mi sexo sólo en ti se acomoda, y no precisa de salones quietos ni de esplendorosas economías. Mi sexo, al fin, es puro despilfarro, y le basta con la economía sumergida de las mareas en que se bañan tus orgasmos, amor, qué le vamos a hacer, no puedo exigirle obligaciones presupuestarias, a mi sexo. Así que he decidido otorgarla libre albedrío. Que se independice, si lo considera necesario, que edifique nueva patria en tu vientre o en tu paladar. O en ambos, por qué no, que tal vez sean nación idéntica. 

Ha pasado el día y he visto a mi sexo debatir la conveniencia o no de independizarse del resto de mi cuerpo (de mi mente ya es independiente). Momentos de flamígero falo ondeando la bandera de un nacionalismo sucio. Otros de duermevela gruesa mascullando húmedas incongruencias como regatos de esperma desperdiciado. La duda, la controversia, el juego tramposo de la democracia que he decidido regalarle para que tome una determinación irrevocable: mi cuerpo o el tuyo.

Al final, he comprobado que mi sexo es más empírico de lo que pensaba. Y es que tú no estás, y él quiere regresar a tu vientre para sentirse patria lejos de mí. Pero no estás, ya digo, y decide jugar a imaginarte pero no es lo mismo, ya lo he explicado: de la erección asesina que te imagina acariciándole, a mi carica paternal que lo derrama de mala manera, sobre las sábanas o en algún repliegue del pantalón que me oprime. Comprendo su impulso independentista.

Una patria, se supone, es una posibilidad de futuro, y hay que dedicarle mimo, sembrar sus cimientos para cosechar nuestra calma. Hoy, mi sexo, sólo siente que ha sembrado algas en tu vientre. Algas en que se enredan y asfixian niños a quienes la marea decidió segar la vida, niños que pierden latido al albur de mareas menos benévolas que las que te animan la víscera y la mirada, amor, niños que mueren balbuceando un pentagrama de espanto sobre la arena de playas que ya hemos olvidado. Porque murió un niño, no hace mucho, en una playa de Turquía, un muñeco de trapo que quiso ser futuro libre e independiente y sólo quedó en eso: un trapo mojado... como cualquier bandera... o como las sábanas de la cama en que te añora mi sexo, al despertar, ¿acaso no lo recuerdas? Claro, perdona, no te culpo, estarás mirando televisión y hoy, cierto, sólo se habla de independencia.