lunes, 28 de octubre de 2013

Balada urgente para Lou

No hace muchos años. Santiago de Compostela se convertía, por fin, para mí y un selecto puñado de colegas de correrías, en punto imprescindible de peregrinaje vital. Nada que ver con santos de postal turística o caminatas desproporcionadas al albur de los eslóganes publicitarios. Algo así como Conciertos del Milenio o su puta madre, no recuerdo. El caso es que habían proporcionado un nombre de mucha apariencia y no poca oquedad para celebrar alguna efeméride, tal vez religiosa para bendecir la osamenta perdida de aquel santo que nunca pisó tierras galegas, a un conjunto de recitales que prometían ofrecer figuras de alto relumbrón dentro del oropel rockandrollero. Entre ellos, el inconmensurable David Bowie.

Tuve que reprimir el desmayo al conocer que, al fin, podría contemplar al Gran Ziggy Stardust. Pero no pude evitarlo el día que supe que Bowie no haría acto de presencia en Santiago debido a un incidente que le había lesionado, imposibilitándole actuar aquel día. Por lo visto, uno de los asistentes a su último concierto había dañado la pupila asimétrica del cantante con algún objeto punzante. Deseé el fallecimiento pausado y doloroso del agresor...aún desconozco si la Divina providencia cumplió mi anhelo. La organización del evento, con rapidez indigna de la indigna piel de toro, anunció que un músico a la altura del Gran Camaleón actuaría en su lugar la noche prevista. Lou Reed, nos dijimos, unos a otros, entre los amigos. Si quieren alguien a la altura no puede ser otro que Reed. Y...benditos augures fuimos: ¡Lou Reed deleitaría a la audiencia en Santiago!

Lou Reed y David Bowie, cortesía de "la red"
La noche antes de partir hacia Galicia, estuvimos, una vez más, esperando al hombre. Necesitábamos avituallarnos de rica hierba y delicioso hachís escanciado directamente por las manos de los campesinos del Rif, culero, of course, nada de avecrem. Como tantas noches, años antes, cuando el mapa pintarrajeado de la juventud transformaba la búsqueda de sustancias prohibidas en más prohibida y enervante que las propias sustancias. Aquellas madrugadas en que la música agria de Lou Reed era nuestro único consuelo para el hecho de acabar durmiéndolas, con la cabeza a punto de estallar, solos y desnudos, hastiados del aroma a café recién hecho que reventaba la cocina familiar, aburridos de masturbaciones que en nada solucionaban nuestro hambre de hembra. Pinchábamos el New York y anhelábamos marcharnos lejos, a esa ciudad donde los pecados no pretenden esconderse de festividad y moderneo cartón piedra. Regresábamos al Berlin y ahogábamos en sollozo aquellos sollozos niños que abismaban en negro dolor y hastiado escombro los surcos de un vinilo que, sí, lo sé, mucho lo han dicho, pero lo repito: contiene la más trágica historia de la Historia del Rock and Roll. Desgarrábamos a tiras la piel de cuero de esa Venus in Furs que nos hacía soñar con excesos que nunca conoceríamos más que a través de las letras de Sacher-Masoch y las afiladas guitarras de una sucia orquesta cósmica cuya memoria ya casi se pudría en los vericuetos del olvido generacional. Contemplábamos, una vez más, la mirada desperdiciada de los yonquies del barrio, y comprendíamos su desvarío de vida caduca al escuchar Heroin. Deseábamos salir, de nuevo, a surcar la pleamar maloliente de la ciudad en vela, y pasear su lado salvaje...tan inocentes, tan pueriles, sí, nos drogábamos, como el viejo Lou...o al menos eso pretendíamos.

Arribamos a la costa inversa compostelana en una mañana desperdigada de chubascos y alucinada de meigas durmientes. Fumamos mucho, demasiado. Esa fue la excusa para no poder despegar los labios durante las dos horas aproximadas en que el mago demiurgo de la Gran Manzana decidió hechizarnos con la resonancia pulcra y servil de una guitarra que parecía haber germinado aquella misma noche de entre las raíces como venas que avivaban las manos de su dueño. Después tú, recién llegada de un mundo ajeno, de un Marruecos que comenzaba a despertar a la vida del libre pensamiento y el acomodaticio consumo, me conminabas para regresar al coche. Te había aburrido aquel viejo de voz gastada y piel labrada con los cinceles del desprecio y la desesperación.

Regresamos, pues, al auto, solos tú y yo, e hicimos el amor con el abandono que provoca el hachís y la hemiplejía de juguete de la ausencia de alimento. La gente pasaba junto al coche tarareando Sweet Jane, y yo descubría que tú eras aún más dulce que la antiheroína de la canción del buen Lou. Después entretuvimos la llegada del amanecer entretejiendo historias falsas, y yo te conté cómo, de jóvenes, nos drogábamos, sólo para salir de nosotros mismos, para habitar un mundo en que la música era considerada como una de las Bellas Artes y el Arte Moderno se evidenciaba el pastiche mercantil que la actualidad nos ha desvelado. No te gustó Lou Reed, ni su música, pero comprendiste que era importante para la Humanidad que ese tipo malencarado continuase empuñando aquella guitarra como un pelotón de Ángeles del Infierno. Por eso me dejaste fumar otro porro, a pesar de mi ya patente ebriedad cannábica. Por eso, o porque en tu tierra no hay que esperar al hombre en la oscuridad fragante de orines de la esquina más perdida de la más perdida calleja suburbana, y no pocos se drogan con la habitualidad de lo inocuo. En cualquier caso sé que tú, ángel sin igual, siempre has velado mis sueños y pesadillas, y hoy, a pesar de la distancia, siento la humedad salvaje de tus labios de flor y escarcha mientras me invitas a encender otro petardo. Porque hoy, a pesar de que estás lejos, sabes que Lou ha marchado, y me susurras, desde la caverna breve y fiera de la distancia, que aún me queda su música, tu amor...y un breve puñado de hierba.

Porque el verdadero paseo por el lado salvaje, cuando llega, no tiene vuelta atrás: celebremos que estamos vivos.

sábado, 19 de octubre de 2013

repugnancia nacional

Revuelte en los medios oficiales, estos días, por las palabras pronunciadas por el siempre sutil (aunque lo nieguen) Albert Plá, días antes de eyacular uno de sus lúbricos (por lo goloso) recitales, en Gijón (creo, no me sigan al pie de la letra, son altas horas de la mañana y altas cotas de la ingesta alcohólica). Para no andarnos con rodeos, reproduzco parte del discurso del bardo catalán: "A mí siempre me ha dado asco ser español". Le siguieron otras perlas igual o más ingeniosas, que los adalides de la patria unida, una y única no digirieron bien con el garrafón de hierbas y el chupito de insania que procede tras el cocido montañés propio de aquellas tierras. Pero me quedo con esas, que son las que han conllevado la cancelación de su concierto, y la renovada publicidad para las máximas que Plá siempre ha defendido, acordes con la cordura mental en tiempos de todo se arregla con una dosis de toros fútbol y defensa de la ñ.

No hay nada sorpresivo en la actitud del cantante, al contrario, ya digo, sigue los dictados de su independencia moral y mental (más quisieran muchos poder hacer gala de tan funestas virtudes). Lo que reclama la atención de un servidor (y no somos legión, pero no soy el único) es la reacción del "público". De inmediato se ha decidido exiliar la voz de juguete y mimbre de Plá al más abosoluto de los anonimatos, porque a la cárcel, de momento, por hacer uso de la tan cacareada libertad de expresión, no pueden exiliarle (insisto: de momento)

Vengo de una noche de excesos solitarios, masturbaciones comunitarias (a buen entendedor...) y goces efímeros que incluyen el visionado de Crossfire Hurricane, el enésimo documento sobre la vida y milagros de esos  humanos epilépticos de furia y marchitos de aburrimiento que dieron en juntarse bajo el nombre de The Rolling Stones. Resulta que, en una de las secciones Históricas (sí, con mayúscula) en que se divide el documental, asistimos a la fiera reacción de los fans del grupo ante el inminente ingreso en prisión de Keith Richards, acusado por las autoridades de la moral y el hueco por consumo de estupefacientes (así los llaman, yo no tengo la culpa). El caso es que abarrotaron cruces de caminos, transversalidades públicas y incomunicativos medios, de los llamados de comunicación, miles de seguidores de las batallas rítmicas de aquel grupo que hizo historia y continúa empeñado en escribirla, para reclamar la puesta en libertad del libérrimo guitarrista.

Defendían, creo suponer, las multitudes, que el consumo de drogas formaba parte de ese sector de la sociedad que la sociedad se empeñaba en esconder. ¿Qué sería de los Stones sin el alucinante viaje en el jet privado de los alucinógenos? Bien conocemos todos la respuesta, que suena a matemáticas, esto es: = 0

Albert Plá, cortesía de "la red"

Y es hoy que pueblan las redes y los servicios sociales de la soledad y el descrédito (léase "redes sociales") miríadas de voces que se declaran asquedas con una forma de ser y sentirse español que nada añade a la moneda de basura y cinismo que en forma de euro merodea por nuestros comercios y vidas, indignadas por el exabrupto infantil de un cantor que sólo ha pretendido siempre vivir de su libertad de pensamiento (y que, a costa de ella, ha hecho buenos aguinaldos), que la reacción es pusilánime, cuando no funesta. 

Sí, lo de los Stones...es sólo rock and roll...pero, a muchos, nos gusta. Pero...¿y lo de Plá? Creo, también, que se trata sólo de rock and roll, pero no me gusta. Me refiero a las reacciones pugilísticas y contendientes...el rock and roll de Plá mucho me agrada. Y el cantante catalán ha de ver cómo merman sus ingresoso al albur de soflamas imperialistas que aún pretenden reverdecer los viejos laureles de aquella infamia de la que aún, muchos, parecen ser, o declarase, orgullosamente deudores...ya saben, aquel: en España no se pone el Sol. Pero, siento recordárselo: en España, hoy, el Sol de los '70 y las nudistas noruegas ha decidido exiliarse en busca de nuevos territorios. Como los cientos de brillantes estudiantes que no ven el momento de hincar el diente al bocata de sardinas que no hay en Bolivia, por ejemplo.

Para aquellos que teman por el desmembramiento de España y la ausencia de réditos que produce la defensa de un sistema que se perpetúa en rancios amasijos de creencias honorables muy distantes de los dictados depravados del rock and roll...anden calmos, porque aman a España y el amor, ya lo cantaba el mismo Plá, en aquella memorable Carta al Rey Melchor, mueve montañas:

Sería mentirle si digo que tengo respeto por la monarquía,
siempre me he cagado en las dinastías y en las patrias putas, las banderas sucias,
los reinos de mierda y la sangre azul, pero mi majestad,
ahora es el real decreto del corazón, mi majestad,
que me arrastra y hace que reniegue, por amor, mi majestad,
pues la fe mueve montañas y el amor remueve el alma 


El buen personaje de la canción justificaba su amor por la Princesa y hoy, bien lo sabemos, las princesas quieren ser de extrarradio, muy de andar por casa, campechanas y alicatadas de latrocinios patrióticos a mayor gloria del exceso...es sólo rock and roll...pero nos gusta.

miércoles, 9 de octubre de 2013

el lúbrico placer de la costumbre

Ha causado escaso revuelo la información surgida hace unos días en el epicentro de lo que algunos consideran epicentro del mundo occidental, en el corazón de esa Gran Manzana asediada por gusanos voraces de plasma y moneda. A pesar de la breve repercusión, a un servidor la noticia lo ha dejado pensativo. Explico: la Alcaldía de la ciudad de Nueva York ha autorizado que se realicen públicamente unas peculiares felaciones...así como lo leen.

Es tradición judía, desde inmemoriales tiempos (tanto o más que aquellos a que hacen referencia las leyendas de sexo y violencia, sexo violento y violencia sexual que recoge la Biblia, ese precoz volumen de relatos para no dormir), el que un rabino hebreo proceda a succionar el pene de un recién nacido para mayor gloria de Jehová y más amplia tranquilidad de los progenitores del menor por hallarse éste ya, de tal manera, bendecido. Para más INRI (perdón, mezclo religiones), la citada felación se lleva a cabo tras el ritual de la circuncisión que se practica al bebé al poco tiempo de nacer, como también hacen los musulmanes (cortar el prepucio, no succionar el glande, es lo que tiene mezclar religiones). Parece ser que dicha ceremonia se contempla en el Talmud, que es libro al que todos los nacidos bajo la fe de Israel ofrecen reverencial respeto. Curiosamente, el citado volumen, recoge tradiciones orales. Tal vez de ahí la oralidad del rito que venimos comentando.

El caso es que el hecho, que no debería revestir mayor importancia de la que lo hacen otras prácticas sexuales de similar calibre, ha sido estigmatizado durante años debido a los riesgos que esta mezcla de fluidos acarrea, especialmente para el recién nacido (se han documentado al menos dos casos de fallecimiento por contagio de herpes que en la boca del clérigo sionista apenas afeaba su barbada sonrisa pero en el bebé supuso la inflamación del tejido cerebral y su posterior deceso). Lógicamente, los fieles hebreos contemplan la lucha contra esta práctica como una nueva manipulación de las hordas nazis para lograr su extinción y, tras no pocos enfrentamientos legales, han logrado que el Alcalde de la Ciudad del 11S otorgue patente de corso a los rabinos ultraortodoxos y autorice esta fellatio sefardí.

Desde hace algunos días ando sumergido a pulmón y sin respiración artificial, en el nuevo álbum de Andrés Calamaro, de nombre Bohemio. Destripada la guardarropía solemne del mejor compendio de acordes eléctricos que diesen a luz los músicos estadounidenses, el bardo argentino se engalana con los retazos de telas sónicas que sobreviven a la barbarie para regalarnos una breve pero intensa colección de canciones.

Andrés Calamaro, cortesía de "la red"
Amor, dolor, sufrir, pesar, excesos, besos y huesos pintados de carmín, es lo que asoma de continuo a cada una de las 10 deliciosas composiciones que componen Bohemio. Andrés, antaño amigo del exceso y la desmedida abolición de las medidas, se destapa de repente con un recoleto conjunto de piezas mínimas en su minutaje, pero inagotables e inasibles en el vendaval de sensaciones que muestran u ocultan con mayor o menor poesía de esa que gustamos de paladear no pocos: poesía cotidiana de la ausencia fotografiada y el daño cincelado, la melancolía autoimpuesta y la ebriedad pausadamente calculada. No han sido pocos, nuevamente, quienes han criticado al músico argentino por no ofrecer el reverso drogadicto y excesivo de esa moneda que le habita el rostro. Tal vez los mismos que antaño le criticaban la desmesura musical y filosófica de aquel paquete de 5 CDs nombrado El Salmón, en homenaje al único pez que no gusta de seguir la corriente. Claro, las críticas (las de ahora y las de antaño) ven la luz en España, país bien conocido por el carácter envidioso de no pocos de sus ciudadanos. Ahora, dicen, hay que criticarle porque no ha hecho nada nuevo. Extraño, pero es por eso que a mí me embriaga el nuevo trabajo de Andrés: porque es más de lo mismo, y uno siempre encuentra cierto placer en la costumbre. Salvo, tal vez, los envidiosos.

Sí, no se ofendan. Han de reconocer que decoran la piel de toro alambicados tatuajes que pregonan la pertenencia a una tribu más biblíca que la de los rabinos felatrices (disculpen el equívoco de géneros): la de los envidiosos. Tanto es así que incluso he leído críticas, días atrás, al Gobierno de Castilla La Mancha (o a su reptilina presidenta de sonrisa agria y peineta enhiesta), por regalar a aquellos funcionarios que acudiesen a un determinado Oficio Sagrado (de corte católico, of course) una dispensa laboral de hora y media. Que si volvemos a los tiempos de la Inquisición, que si se acabó aquello de la separación Iglesia Estado, que si recuperamos rancias costumbres. Envidia, ya digo, y más de un funcionario que derrama sus horas y esfuerzos en ventanillas públicas de otras comunidades autónomas ha deseado, por un instante, trabajar en Toledo y acudir a misa de 12.

Porque muchos somos los que abominamos de la religión pero va siendo hora, creo, de que comencemos a respetar a quienes la practican. ¿Por qué indignarse ante un funcionario que tiene horas libres para acudir a misa, un fanático seguidor de Andrés Calamaro, o un rabino que lame miembros viriles antes de que estos alcancen la edad en que se les considere tales? Al fin y al cabo, cada uno de los citados acuden a su religión en busca de satisfacción.

Quería, hoy, hablar del último trabajo de Andrés Calamaro, pero me voy por los Cerros de Úbeda, ya ven. Así que, por concluir: a todos aquellos que deseen seguir insistiendo en que su nuevo álbum no aporta nada nuevo, sólo puedo decirles que lo mismo ocurre con las religiones (todas) a las que tantos se acogen por el simple hecho de haber nacido en uno u otro país. Pero a nadie amarga un dulce, y más de uno cambiaría de opinión si descubriese el placer de ser acogido en el seno de una comunidad pública con una pausada felación y unas horas libres que poder dilapidar escuchando un breve puñado de canciones reciamente pegadizas.