jueves, 15 de marzo de 2012

ladrón de bicicletas

Me sorprende una noticia que, de no ser significativa de la radicalización social del individuo, no pasaría de mera anécdota. Resulta que en Nueva York un joven prepara una especie de cámara oculta para mostrar como procede al robo de bicicletas estacionadas en la vía pública. El ladrón se sirve de diferentes instrumentos, llegando a utilizar un serrucho para seccionar la cadena de acero que amarra una bicicleta a la verja de forja que bordea uno de los parques públicos de la ciudad. Lo hace a la vista de todos los viandantes, con total descaro. Ninguno de los transeúntes que contemplan la escena le dedican más que una despreocupada mirada, antes de seguir su camino. Al personarse unos agentes de policía en el lugar del pillaje, el supuesto bandido explica a estos que la bicicleta es de su propiedad. Sólo pretendía mostrar la feroz individualidad que invade a los habitantes de la Gran Manzana. Ninguno de ellos hace nada por evitar el hurto que, ante sus ojos, se desarrolla. Al fin y al cabo la bicicleta no es suya. 
A salvo mi propiedad hagan con la ajena lo que consideren oportuno, parecen pensar los ciudadanos que contemplan la escena.

Ayer visitaba, en inmejorable compañía, una exposición antológica de fotografías del gran Gervasio Sánchez, reportero gráfico de raza, de los que ya apenas existen, que recorre con sus cámaras fotográficas, desde hace años, los diversos conflictos armados del planeta. 

©Gervasio Sánchez
Las imágenes captadas por el fotógrafo, la percepción cruda de la agresiva realidad, golpean nuestras acomodadas retinas. La sangre muerde el asfalto astillado a los pies de un niño ajusticiado, el filo de un machete desgarra el ébano glorioso del rostro de un africano mutilado, una tormenta de llanto embadurna las cuatro sucias paredes en que las madres desconsoladas pretenden aferrarse a los cuerpos sin vida de sus diminutos vástagos, la vida nos contempla desde el hueco vacío que una mina antipersonas dejó en la pierna que una chiquilla ya no tiene. Todo un catálogo de atroces horrores que, de no haber osado capturar, con su cámara, Gervasio, pensaríamos producto desquiciado de una mente enferma.

Paseando la lóbrega sala en que se exhiben las fotografías, intentando huir de las miradas dolientes de las víctimas retratadas, pude escuchar a un hombre denunciando la supuesta indecencia de las imágenes: "no me parece correcto, este hombre roba el dolor de las personas". Podríamos pensar que es cierto. 

Las instantáneas que Gervasio expone no dejan apenas lugar a la esperanza, y el dolor es un velero derrotado que atraviesa las aguas turbias de la emulsión fotográfica. De seguir las indicaciones de la reflexión de ese otro visitante deberíamos dejar a las víctimas con su dolor, no robarlo, no arrebatárselo para exponerlo indecentemente en una sala de exposiciones. El dolor es sentimiento que echa raíz en la sangre, y robarlo es como despojar al propietario de ese arbusto de llanto y niebla que arraiga ya en su latido.

Pero intuyo que el motivo que conduce al tenaz reportero a robar el dolor a los damnificados por el incisivo y bronco látigo de la guerra no es otro que poner en evidencia la indolente indiferencia del individuo hacia lo ajeno. Algo así como lo que pretendía el ladrón de bicicletas de Nueva York. Resulta que el dolor que las imágenes escupen, al igual que las bicicletas robadas, no es de nuestra propiedad. Que hagan pues, con ellos, lo que les plazca. El dolor de un niñito africano retorciéndose en el filo acerado de una vida que ya deja de serlo, como el vértigo de aluminio y caucho de una bicicleta ajena, son demasiado insignificantes como para que conmuevan nuestra conciencia. 

Quizás ya sólo nos indigna, por ejemplo, el atraco perpetrado en unos grandes almacenes, sin víctimas más allá de los propietarios a quienes el seguro revertirá las cantidades sustraídas. Hablaríamos entonces de  astronómicas cifras y eso nos haría prestar mayor atención. A más dinero en nuestro bolsillo, menos posibilidad de sufrir los estragos de la hambruna y el conflicto armado, o de que nos roben la bicicleta. Teniendo dinero de sobra...¿quién necesita una bicicleta?

1 comentario:

  1. Ciertamente es mas morboso un hecho acontecido en un lugar y una circunstancias similares a las que nos rodean. Los informativos y los medios de comunicación en general, generan mas tiempo y mas atención con estos hechos. Nos resulta mas llamativo ese tipo de impactos que una guerra.

    El por que es sencillo, solo los mas mayores de nuestros seres cercanos, los mismos a los que no nos paramos a escuchar, han vivido las consecuencias de una guerra. Es por ello que al no conocer en nuestras carnes la miseria, la injusticia y el dolor de un conflicto bélico. Pensamos en la cercanía de vivir un hecho similar, de connotaciones hollywoodienses prestandonos a comentar divulgar y, hasta reirnos, de un robo en un supermercado, que de una guerra en una galaxia tan tan lejana, que por lejana nos hace insensibles. A ello habría que sumarles la cada vez mas presente perdida de indentidad de cada país, subyugados por la cultura americana de informar y estirar cual chicle kilométrico de boomer que de guerras en las que nuestros países se encuentran sumergidos en las sombras.

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soy todo oídos...