martes, 10 de enero de 2012

el pan nuestro de cada día

En la panadería, esta mañana, he de esperar largo rato hasta ser atendido. El motivo no es una excesiva afluencia de público. No, sólo ocurre que la señora que me precede en la fila de los compradores, se debate entre dos barras de pan: tostada la una, más blanquita la otra.
"Es que esa la veo demasiado tostadita". "Muy blancucha me parece esta". "Ay, hija, qué pan más malo traéis últimamente".
Y así transcurren los minutos, envueltos en fragancias de harina y dudas existenciales. La joven panadera, redibuja a cada instante una sonrisa que ya se antoja demasiado forzada, y me dirige algún que otro gesto irónico cuando la compradora indecisa no le mira directamente a los ojos.

Podemos pensar que es normal, que el pan con que se alimentará, hoy, la familia de la vacilante clienta ha de ser óptimo para el paladar y la vista. Yo prefiero pensar que sólo es pan y que, desgraciadamente, a día de hoy, lo mismo da pues todo es el mismo amasijo industrial, y sólo servirá como acompañamiento a la pitanza, más por costumbre hispana que por necesidad de agasajar el sentido del gusto. El pan como costumbre, creo, pierde sus deliciosos atributos.

Tom Petty (cortesía de "la red")
Al igual con la música, tan acostumbrados estamos a que alguna melodía (más o menos desafortunada) acompañe nuestros días y gran parte de las actividades que en ellos desarrollamos. Anoche dediqué un para de horas al visionado de un concierto de Tom Petty & The Heartbreakers. Me acosaba una noche excesivamente melancólica en que podría haberme abrazado a los lamentos ásperos y sepulcrales del Tom Waits más poético, o a la profundidad de duna portátil del Leonard Cohen más sarcástico. Pero, quizás por eso, por evadir la melancolía y acompañar las horas moribundas de música directa y carente de profundidades, subí el volumen del televisor y disfruté, sin mayores pretensiones que la de agotar el tiempo consumiendo contundentes riffs y melódicos juegos vocales, del laberinto de espejos eléctricos de la música de Petty. Al contrario que el pan, la música, como costumbre (si es a este gran artista a quien te habitúas), es simplemente deliciosa, tanto como pueda serlo esa barra de pan demasiado tostada, o aquella otra tan blanca. Sí, lo sé, es sólo rock and roll, pero me gusta.

Despachada la señora finalmente, llegado mi turno, la joven panadera muestra ante mí dos barras, una en cada mano, como rugosas extensiones de la seda niña de sus brazos, como retorcidas raíces a las que se aferra el tronco breve de su cintura cimbreante, como estriados frutos nacidos de ese frondoso árbol de piel adolescente y gloriosa que es su cuerpo. Ahora soy yo quien debe elegir entre las dos barras de pan y, de poder, ay, lo tengo claro: elegiría a la joven panadera. Por eso me limito a sonreír y decirle que elija ella por mí.

Tomo la barra de pan entre mis manos, la acaricio y, anticipando el momento en que sirva de cortejo al chuletón que hoy he decidido comerme, me dirijo a casa tarareando Free Fallin'.

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