domingo, 20 de noviembre de 2011

hoy como ayer

Vagabundear las callejuelas de la medina de Tánger y poder disociar en tu cerebro el aroma del hachís de esos otros, adheridos a la cal de las paredes, de cuero, menta, excrementos, pescado en descomposición, cilantro y agua de rosas. 
Es fácil, si es hachís lo que buscas, llegarte al Hafa guiado únicamente por el olfato.
Podríamos imaginar el café envuelto en una bruma de humo denso y fragante, separado, desgajado de la realidad circundante. Otra realidad, ya digo, un lugar aparte del mundo pero instalado en el corazón malherido de lo más mundano de este mundo.

No soy el único que entró en el Hafa buscando deliberadamente apartarse de la sociedad, no, ya lo dije. Incontables remesas de literatos, músicos y artistas de los más diversas disciplinas, han recalado ya, a lo largo de los años en alguna de estas maltratadas sillas que me rodean, aquí, entre incomprensibles murmullos y aguerridos silencios. Conocedor de este hecho, franqueé la frontera de un nuevo cosmos en que habitaban, entre otros, William S. Burroughs y Brian Jones, a partes iguales idolatrados y odiados, famosos, míticos drogotas, y les permití que entraran en la enredadera de sensaciones y sentimientos con que, poco a poco, deliberadamente, fui bosquejando Los Cuadernos del Hafa.

Habrá quien se pregunte de dónde procede la admiración hacia personajes tan insultantemente antisociales e intoxicados. Más aún, alguno llegará a preguntarse si no es el propio autor de estas líneas un irremediable drogadicto e incluso se atreva a aventurar que la obra toda la escribí bajo los efectos enervantes del cannabis. Ni niego, ni desmiento, ni pretendo defenderme de acusación alguna...¡qué pereza!
Por contra, con quijotesca pretensión de deshacer entuertos,  me gustaría esbozar un par de apuntes tendentes a desterrar, por siempre, de la mente de los bienpensantes, la preconcebida idea de que sólo el siglo pasado y sus excesos llevaron a convertir en ídolos a los que se hubiese debido considerar no más que inadaptados.



William S. Burroughs: escritor homosexual, yonqui, amante de las armas hasta el extremo de haber utilizado una reluciente pistola para volarle la cabeza a su esposa jugando a Guillermo Tell, creador de un mundo literario realmente dantesco en que cucarachas galácticas con miembros enhiestos disfrutan organizando ahorcamientos públicos en que los espectadores enfervorecidos pugnan por obtener el primer chorro de semen que brote del pene de los ejecutados...todo un encanto el amigo William, ¿verdad?
Brian Jones: músico multidisciplinar, fundador de The Rolling Stones, politoxicómano y amante de prácticas sexuales extremas, alquimista sónico creador, con ayuda de las drogas, de alguna de las melodías más reconocidas del rock and roll, empeñado en el hallazgo de nuevas sonoridades y más empeñado aún en utilizar los puños contra sus amantes siempre y cuando le asaltaba la más mínima duda de infidelidad...el estereotipo masculino predilecto de los noticiarios actuales parece el bueno de Brian, ¿no?

Ante estos breves y pretendidamente sesgados perfiles habrá quien argumente que la droga es el origen de todo mal. Bien podría ser al contrario y haber supuesto en ambos casos el acicate para la expansión de la creatividad de dichos genios.
Y, limitándome al hachís (es por ello que estoy en el Hafa), me siento obligado a recordar el fino hilo de oro que ha unido siempre esta tan denostada como adorada droga a la inspiración de algunos de los más grandes creadores que ha dado la sociedad occidental.
Sin el ánimo de trazar paralelismos pero en cierto modo obligado a ello, recordaré tan sólo a otro literato, y a otro músico:

Baudelaire (cortesía de "la red")
Charles Baudelaire: padre, padrino y padrastro de las más importantes corrientes poéticas que Europa vería nacer en el siglo XIX y siguientes, desmedido consumidor de hachís y, como Burroughs, conocedor tanto de sus peligros como de las delicias que su consumo provee. Quiso dejar patente tal conocimiento en una deliciosa obra, Los Paraísos Artificiales. No sólo de Flores del Mal se alimenta el letraherido.
Wagner (cortesía de "la red")
Richard Wagner: desmedido creador de todo un mundo mítico en el que poder acoplar a los personajes de sus inmortales óperas, obsesionado con el consumo de hachís que le permitiese enhebrar relatos que desafiarían la épica musical del siglo XIX y siguientes. El Anillo del Nibelungo está fraguada con densas volutas de humo de marihuana. Los anillos de Saturno no son tan lejanos para los degustadores del genio wagneriano (que le pregunten a Hitler).

¿La historia se repite? No, no se trata de eso, sólo de evidenciar que los excesos del ayer no distan tanto de los del anteayer, que desde que el humano camina sobre dos piernas gusta de colocar piedras en el camino que le permitan tropezar y volver a ponerse en pie. Estupidez lo llamarán algunos. Ingenio, digo yo: talento para evitar el hábito y el aburrimiento.


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