martes, 15 de noviembre de 2011

comencemos a trazar mitologías


Es posible que haya llegado el momento de hablar del verdadero Café Hafa. 

El susodicho café se encuentra ubicado en una de las colinas de Tánger, en el barrio del Marshan y, lo aseguro, no será cuestión sencilla encontrarlo sin brújula o amable marroquí que acepté acompañarte (despreocupáos: encontraréis decenas que, más que aceptar sugerirán, con mayor o menor vehemencia, acompañarte a cambio de unos dirhams…devenir de los tiempos: países en vías de desarrollo en el punto de mira del turismo de masas y los menos afortunados de entre sus habitantes rebuscando en los bolsillos del visitante sus opciones de futuro)



Diré que el establecimiento se fundó en 1921, aunque lo comprobaréis en el cartel de la entrada. Diré también que este lugar fue, durante muchos años, no más que un sobrio y lúgubre cafetín en que los tangerinos gustaban de sentarse a examinar el vaivén calmo de las aguas del Estrecho de Gibraltar (en el horizonte: la costa gaditana), aderezando el festín contemplativo (el cielo, la mar, los barcos de pescadores, las gaviotas, el horizonte, la costa lejana) con el humo del hachís y el almíbar amargo del té a la menta.



Amén los muchos tangerinos que frecuentan el local, históricamente, el Hafa ha sido lugar de encuentro de numerosos artistas occidentales en busca de inspiración o, simplemente, de desconexión y lejanía. Entre sus vetustas mesas pasean aún hoy los fantasmas de William S. Burrougs, Paul Bowles, Jimi Hendrix, Jim Morrison, Henri Matisse, Antonio Fuentes…sería cansino elaborar un listado de celebridades, ya lo subsanaré de algún modo.
Pero no os llevéis a engaño: no es un café literario u artístico al modo de los centroeuropeos del período de entreguerras. Se trata de un lugar carente de toda pulcritud y orden, deficitario en su limpieza, absorto en su mismo entorno que es, al fin y al cabo, lo que lo convierte en mágico: se organiza el Hafa en una serie de terrazas de maltrecho cemento acordonadas por maderos pintados de añil que parecen derramarse colina abajo, hacia el mar. Podéis utilizar internet para ver imágenes del local, no pretendo yo engañaros. Si lo hacéis será interesante que prestéis atención a la cronología de las fotografías, sí, porque el vetusto Café ya no es como antaño fue: hay cambios en el local, visos de modernidad orientada al incremento de los réditos que su fama puede proveer a los dueños y, sobre todo, hay desastrosas variaciones en las vistas que ofrecen sus terrazas: a sus pies ya no respira el oleaje, su aliento lo imagino a punto de asfixia por la carretera de circunvalación con la que han devorado la costa las necesidades del turismo y de la vida veloz. ¿Cualquier tiempo pasado fue mejor?

Afortunadamente yo aún no he salido del Hafa en que entré hará ahora unos 10 años. Por tanto no he sufrido los cambios, sólo los conozco por referencias. El local sigue por tanto siendo, en mi memoria, el decrépito y descuidado cafetín tangerino en que sentarse, al atardecer, a degustar un té a la menta, fumar un par de porros, y perder la mirada y el hilo narrativo de la realidad en la coreografía veloz de las gaviotas que pugnan por romper la línea del horizonte.
Ignoro si aún volaran las gaviotas frente al Hafa…