sábado, 15 de agosto de 2015

vértigo

a Miguel Sánchez-Ostiz

Aciago día este en que las frases no llegan tan siquiera a acariciar la página como tú desearías lo hiciesen: como a esa mujer, o aquella otra, o la de más allá quizás tan sólo para que sienta que la deseas como deseas a la única que hoy te falta. Igual el abrazo, igual la muerte, que llega a horas equivocadas, cuando nadie la ha llamado, a la mesa de comedor, para compartir con nosotros la cena recalentada y la copa en que los hielos perdieron hace tiempo pie yéndose a reposar su suicidio vertical en los fondos submarinos de un viejo vaso de culo gafas de empollón o empresario.

Rafael Chirbes, cortesía de "la red"
Amanezco a la ebriedad tardía de un aniversario, el nuestro, tú sabes, y me enreda la voracidad de los días. Munay crece, nos enreda su sierpe de latido trapo y diástole peluche, correteamos los escasos metros de una vivienda en ruinas, que no es nuestra, que no lo será, sólo por pretender construir ante su pupila de barro limpio la coreografía de la sangre que hace hogar donde nunca lo hubo. Así somos: torpes, inútiles creyentes de una fe que sólo aúlla abrazos donde debería esculpir reprimendas de Jehová... qué le vamos a hacer. Que te lías, que no te explicas, eso me dices una y otra vez, y creo que tienes razón, que si alguien te lee, al menos que entienda. Pues me aclaro: hoy nos ha abandonado alguien a quien admiro (en presente, por mucho que haya decidido abandonarnos). Rafael Chirbes se cansó de luchar. Salud, compañero, y me permito este "compañero" porque alguien a quien quiero nos decidió hermanar en la gloria de sus páginas, no por sentirme, ni mucho menos, a la altura.

Ahora que Cochabamba se me rejuvenece en las macetas en que hundo mis semillas de desaliento y esperanza. Ahora que Bolivia es casi un sueño en blanco y negro. Ahora que la edad me recuerda que es edad porque sus relojes nunca agotan la batería. Ahora que la vida se resarce de mis patochadas y mis grandilocuentes aires de pequeña grandeza. Ahora que Munay descansa, dormido, con el trapo de los días dibujándole una sonrisa de peluche. Ahora que recuerdo paseos por La Paz, veredas de la Prisión de San Pedro, caballitos de juguete y tus manos, Miguel, jugueteando el tacto de mi hijo, Munay, mientras euskaldunas radicales jugaban a inventarte pasados sin haber logrado descubrirte el presente. 

Quiero decir que nada importa mientras me quede esa instantánea en que tú, Miguel, amigo, hermano, querido, revelabas instantáneo el momento que mi hijo jamás conseguirá descubrir en el papel avejentado de una fotografía desvaída por la vida recorrida y el paso del tiempo que nunca existió. Te recuerdo, Miguel, y te abrazo en la distancia que no existe, para recordarte que la muerte es sólo una raspa de pescado que los presos de San Pedro no deseaban desechar... porque sabían que el pescado es caro, ¿y aún dicen que el pescado es caro?, eso dicen, hay muchos que nunca tuvieron la fortuna de poder paladearlo ni atragantarse en sus espinas premonición de vida.

Fallece Rafael Chirbes. Fallece un poco de todos los que invertebramos nuestros espasmos más lúcidos en querencias de verbo que lo explique y desnude todo. Alguien llora lejos, allá en tierras norteñas, y lo más norteño que yo intuyo, en esta noche aciaga, es el amanecer de La Paz, y sus corredores de espanto y sus cholitas de extrarradio y sus abrazos de verdura a medio hacer y coca masticada... y un café en un antro infame que puede enorgullecerse de haber dilapidado las infames correrías de un grupo de personas encadenadas a la vida.

Y, ya, sólo, decir: te quiero. No es preciso poner nombres. Tú sabes quién eres... y lo que has hecho...

Perdona mis letras, como siempre. Perdona mi torpeza, como siempre.

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