domingo, 21 de junio de 2015

eclipse de abrazo

retomo textos olvidados... porque vienen al caso:

Una vez más, hace unos días, me he perdido el eclipse. Los astros conjugan su párrafo de fulgor y ciencia para recordarnos lo pequeños que somos y, mientras, nosotros, cómodos en nuestra pequeñez, olvidamos que ayer, hace unos días, los cielos ofertaban el sideral 2x1 de un eclipse total. Sol y luna en perfecta coyunda, siendo un solo ente, como tú y yo, cuando reflejamos nuestros latidos en el espejo de hotel urgente de los días. Lo siento, una vez más, leo tarde y, abrumado por los vértigos de relojes y ciencias, apenas reparo en los titulares. No es que no avisasen, en negrita y con fruición, los periódicos, del eclipse de hace unos días. Es que yo demoré la lectura para momentos más gratos, disculpen. Y me lo perdí, como tantas cosas en mi vida. Me perdí el eclipse, no lo ví, ni siquiera miré al cielo aquella mañana. Sólo pensé "va a llover", impostando rostro de juicioso labriego hispano (nunca deberíamos olvidar que los únicos que miran el cielo para perpetrar partes meteorológicos son los agricultores que dependen del baile de nubes para asegurar la coreografía de hambre satisfecha de los campos. Lo demás es literatura... me temo).

Fue hace ya demasiados años, casi vidas, que emprendí nuevo viaje por tierras hindúes. Lo hice, en aquella ocasión, acompañado de quien deseaba fuesen mis amigos por siempre. Pero la realidad de barro agreste y comida mal cocinada de Varanasi se encargó de desenredar el ovillo mentiroso del abrazo incierto. Quiero decir que la amistad, cuando de gustos propios se trata, decide hacer camino por senderos que nunca exploraste. Viajar es perder los mapas, decía el poeta. Pero aún hay quien viaja para certificar que es persona "de mundo", desglosando a su paso toda una retahíla de senderos a recorrer para mejor asomarse a los hitos arquitectónicos, escultóricos, culturales, en suma, de un país. Viajar para recopilar clichés. O fotografías, tanto da. Y es que, cuando emprendes ruta lejos de tu tierra natal, lo mejor es hacerlo solo, sin más compañía que la de las propias dudas. El viaje, lo extraño, lo nuevo, lo incierto, ya se encargarán de acompañar tu devenir. Lo otro, son sólo vacaciones pagadas.

Pero viajé a la India, ya digo, no en mala sino en equívoca compañía. Y donde yo prefería sucio, ellos piscina privada. Y donde yo prefería insomnio, ellos arrumaco de ventilador nocturno. No les culpo, nada más lejos de mi ánimo, comprendo su estupor ante mi pose de poeta maldito. Al contrario: les agradezco la enseñanza. En la India comprendí que viajar, siempre, ha de ser acto solitario. Lo demás es turismo. O literatura. Porque la literatura no es más que ese barro del que algunos pretendemos erigir belleza, logrando sólo hornear informes vasijas de idea mal expresada. Igual la amistad, que donde pretende girar sentimental tiovivo sólo alcanza a apuntalar firme egoísmo de barraca de feria. No siempre ha de ser así, me digo una y otra vez, mientras contemplo el sol en su más glorioso ascenso. Y ahí está: el sol: rebanando carcajadas como fórmulas cartesianas, míralo, brilla para ti, para ellos, para tus amigos mientras apuran esa cerveza de domingo sin penumbra. El sol brilla y tú dibujas de Oriente la mirada, mientras sonríes ante la penúltima ocurrencia del amigo que ensucia de espuma su bigote de fin de semana. Qué gusto estar entre amigos, qué rica la cerveza del estío, qué lindo soñar que el sol siempre seguirá brillando.

Luego resulta que, el domingo, olvidaste leer la prensa. No interesaban los noticiarios, habías quedado para el aperitivo. Y en las páginas centrales daban anuncio del venidero eclipse. Pero tú no lo leíste, llegaste tarde al trabajo (una vez más) y encontraste la mirada más agria de tus compañeros de estancia, sólo iluminada por un inculpatorio "¿viste el eclipse?"

Pues no, lo siento, no vi el eclipse. Ni siquiera presentí su llegada. Pero una mañana de marzo el sol dejó de brillar para ocultar su perfil más amable. Y yo pensé "parece que va a llover". Pero sólo fue un eclipse en que los abrazos quedaron ocultos, para descubrirse, después, mal remendados. La amistad, al contrario que las cosechas, no la construyen los ciclos meteorológicos. Más bien la desmantelan.

Lo siento, creo que no he quedado claro hoy, tampoco. Por resumir: sólo pretendía hablar de la amistad, que cuando se eclipsa ciega rebanando pupilas y cariño. Afortunadamente, vuelve a encender sonrisas cuando la luna deja de ejercer sus maléficos influjos. Así que: ¡salud, amigos!... donde quiera que estéis.