miércoles, 11 de febrero de 2015

la letra con sangre entra

Los noticiarios nos demuestran, día a día, que la realidad es más monstruosa, peligrosa y terrible que cualquiera de los apocalipsis cinematográficos o televisivos con que decidieron bombardearnos los magnates de la nada, hace ya tiempo, sin pensar ni por un instante en los daños colaterales. Al fin, tales daños, como en la guerra, son los que menos duelen a quien ostenta el poder, o a quien contempla el dolor encerrado tras los barrotes de la pantalla de plasma. Leo estos días sobre las torturas que sufrían/sufrieron/sufren un nutrido puñado de chavales internados en un centro de menores de Almería.

Ocurre en Almería, ya digo: Campos de Níjar que recorriese Juan Goytisolo, cuando aquellas tierras cargaban públicamente el fardo infame de la carestía y el hambre. Hambre que descubría llagas en los parajes lunares de una tierra que decidimos olvidar en un pliegue de esta piel de toro con que cubrimos el latido de un perro rabioso. Pero, según nos explica el poeta en su libro, la dignidad y la cercanía de aquellas gentes hicieron más llevadero su peregrinaje almeriense. Hoy, tal calidad humana ha tornado lúgubre y goyesco lienzo, y Almería se engalana con opulencias de plástico bajo cuyo techado de toxicidad y fruto apócrifo sucumben los nuevos olvidados. Me refiero a esos llegados del Este de Europa, de Latinoamérica, del Magreb o más allá. Los oriundos, por contra, añaden cifras a sus crecientes cuentas bancarias. La miseria ya no es cosa suya. Y, ya puestos, igual da un putomoroterroristajodidogitanorumanomalditovagosudaca que un chaval al que se pretende extirpar violento brote de violencia en un centro de menores, a pesar de que dicho centro deba velar, ante todo, por su salud física y mental.

Micah P. Hinson (cortesía de "la red")
Retorno, estos días, a la música de diafragma y cuchillo de Micah P. Hinson, un treintañero estadounidense que ya cultivaba en su piel, desde aún más tierna edad, las esquirlas del infortunio. El citado cantante, con sólo 23 años de edad, sorprendió oídos y dermis con sus tonadas de daño y desastre. Una voz rota de Tom Waits en paro, cantando su adolescencia de adicciones farmacológicas, su largo periplo de vagabundo sin techo, la torva lesión lumbar que le postró en cama durante largo tiempo... acudan a wikipedia para informarse de los incontables infortunios del bardo. Y a las tiendas de discos (¿queda alguna?) para hacerse con su discografía completa. Lo de wikipedia no es baladí, allí desvelan casualidades como la de que el día en que nacía Hinson, el entonces presidente estadounidense Ronald Reagan sufría un atentado del que, lamentablemente para la humanidad, salió indemne. Ya ven, hay gente desocupada que puede jugar a entrelazar efemérides para mostrar su resultado en el diccionario global... ¡y sin pedir nada a cambio! El caso es que Hinson ha vuelto a regalarnos una nueva joya sensorial vestida de melodías, tras sufrir un accidente de tráfico, en alguna carretera de nuestro país, que le dejó inutilizados los brazos. Incapacitado para retomar la guitarra, sí pudo retomar la ayuda de un grupo de amigos, y grabó Micah P. Hinson and The Nothing. La Nada, sí, la que debe observar cada noche asomado al espanto de los recuerdos, con la venganza ciega del subconsciente susurrándole tequieros. Pero mucho más que nada es lo que nos ofrece este nuevo diamante musical en que la voz de Hinson se quiebra una y otra vez como se quiebran las esperanzas de muchos iguales, cada día.

Dirán algunos que poco desafortunado es el cantautor que, al contrario, ha cosechado no pocos éxitos al albur de su desgraciado periplo vital. Pueda ser, no lo niego, pero las heridas del alma no hay billete que las restañe, creo. Lo más grave del asunto es que quizás su éxito se deba a lo mucho que gustamos los hombres de las historias de infortunio, siempre y cuando el infortunado sea otro.

O tal vez sea que sólo el que sufre tiene capacidad para crear obras incólumes al paso del tiempo, porque nos recuerdan que la vida no es buena, ni bella. Así, me pregunto si sería factible que alguno de los niños torturados en el centro de menores almeriense vuelque, alcanzada la edad adulta, su trágico devenir en bellas estrofas contra las que el tiempo nada pueda. De seguro que sí. Pero serán, como la poesía de Micah P. Hinson, verbo torturado, palabra acribillada. Aunque, de momento, lo único que pueden escribir esos atormentados chiquillos, si alguien les proporciona la oportunidad, es largas y dolorosas "confesiones" sobre los abusos sufridos, soñando que algún día alguien pueda ejercer su labor una justicia que se hace pasar por ciega para recibir ayudas de la ONCE, por ejemplo.

Disculpen, aún no he terminado. Ventajas de escribir con retraso: recién leo que la Junta de Andalucía ha desestimado las denuncias argumentando que se siguieron en todo momento las normativas aplicables según la Ley del Menor. Tal ley, ya de por sí, es pura antinomia si tenemos en cuenta que no hay más ley para el niño que el libre albedrío y la ausencia de horizontes jurídicos. Pero si consideramos que, además, se permite reescribir con versos de sangre el futuro de tantos menores, deberíamos empezar a aplicarle el nombre que merece, el de esa otra ley por la que nos regimos los adultos: la Ley de la Selva.Y, sabiendo que los trabajadores que ejercían el maltrato en el citado centro de menores no habrán de temer por su futuro laboral, sí podemos proponerles un ascenso recordándoles que hace falta mano dura en la valla de Melilla. Y es que los niños maltratados, si además son negros, tendrán poesía más cruel con que encandilarnos los sentidos... si alcanzan la edad adulta, claro.