sábado, 7 de julio de 2012

I'm the ocean


Parece ser que los mares acumularon, durante milenios, una fortuna de espumas y mareas que ahora gustan de dilapidar, de tanto en tanto, en fatídicas limosnas. Nos sorprenden las mareas con caprichosas crecidas que vienen a golpear, habitualmente, las costas de la miseria. Pareciera como si quisiesen, los océanos, dejar al desnudo las contradicciones sociales que con tanto mimo cosecha el ser humano. Así es que tsumanis, temblores, crecidas, son precipitado aguinaldo de huérfanos y hambrientos, y se ceban de continuo en los más desfavorecidos de todos los que poblamos este achacoso planeta.

Hemos celebrado, hace no mucho, aniversarios de catástrofes que vinieron del estómago malherido de un océano empachado de poluciones y saqueos. El problema es que nos advierten, los estudiosos del tema, de la inminente repetición de tan lamentables sucesos. Igual en los mecanismos infames que se vislumbran en la bajamar de nuestras sociedades.

Hace años que un ya veterano Neil Young decidió unirse en profano matrimonio a los jóvenes integrantes de Pearl Jam para dar a luz un vástago que aún nos recuerda las mareas gloriosas de la música rock. De tan magnífico trabajo, de nombre Mirrorball, nos desgarra una y otra vez la entraña el ensordecedor grito desesperado de una canción que bien pudiera ser clamor de esperanza.

Neil Young & Pearl Jam (cortesía de "la red")
Afirma el músico, en la canción, que la gente de su edad no hace lo que él, que van a “lugares” en vez de perder el rumbo junto a la amada. Asegura comprender el hastío de los humanos hacia los desastres cotidianos, la indiferencia ante las hileras de mendigos que secan al sol sus miserias, el suicidio del amor en la cómoda desidia del cuarto de estar. Pero también afirma que a pesar de no escucharnos puede sentir lo que sentimos, que a pesar de no vernos puede vislumbrar el camino que tomamos, que desea ser la droga que nos haga soñar, el cuchillo que desbroce nuestro equivocado camino remontando la corriente. Él es el océano y su tremenda resaca, y los jóvenes músicos que le acompañan, ignorando la diferencia de edad, toman como propias sus palabras para hacérnoslas, quizás, más digeribles, menos sospechosas de ser, sólo, “batallitas de jubilado”.

Imagino que el veterano artista no sufrió, como tantos de nuestros abuelos, la melancolía de no poder mojar jamás sus pies en las aguas oceánicas. Supongo que los músicos de Seattle juguetearon, durante la ternura salvaje de su juventud, a modelar amorosas posturas en la resaca sabia de las mareas. Comprendo que no hablan más que de la pleamar inconclusa de la comunicación que hoy nos negamos unos a otros, encerrados en nuestro propio maremoto de egoísmo y lejanía. De ahí la canción, de ahí la emoción.

Tal vez nos resulte aburrida, de tan redundante, la danza calma de las olas, a nosotros que tan acostumbrados estamos a asomarnos a la costa bravía desde el desfiladero consuetudinario de las vacaciones, a embadurnar de algas y sales nuestros cuerpos insensatos durante los días de estío, y por ello dejamos de considerar su milagro de vida y silencio como digno de atención.

Me gustaría creer que aún podemos ser el océano cálido en que soñaron poder humedecer su cansancio esos abuelos nuestros que nunca pudieron ver el mar. Acoger a los bañistas que se acerquen a navegar nuestras costas y proclamar orgullosos: ¡yo soy el océano!

1 comentario:

  1. Tomando una cervecita, sigo emocionandome por la forma que tienes de expresar emociones,...normales, sencillas, complejas, sigo brindando cada dia por encontrarme conmentarios de esta calidad. Un abrazo y un trago a la salud de todos

    ResponderEliminar

soy todo oídos...