sábado, 5 de mayo de 2012

el buen ladrón

Sorprendido gratamenta al conocer que el robo y posterior venta de tapas de alcantarilla se ha convertido, en los últimos tiempos, en lucrativo negocio para quienes a tan peligrosa labor dedican sus horas de asueto. Vivimos tiempos de inalcanzables cifras que, enloquecidas, bailan al son del chasquido que, con sus dedos, ejecutan personas de mucho nombre y poca presencia. Creemos así, el común de los mortales, que el asalto al Parnaso idealizado de lujos y permanente descanso dominical sólo podrá ejecutarse entrando con los pies manchados de barro obrero en los parqués de las Bolsas y Bancos, de las grandes corporaciones. Eso desalienta a muchos. Agachan la cabeza y se proclaman incapaces de generar mayor beneficio que aquel que les haya contratado tenga a bien proveerles.

Pero resulta, a la vista de lo que los noticieros nos advierten, que las tapas de alcantarilla producen jugosos réditos y, más de uno, azuzado por la necesidad (o el desenfreno, ¡vaya usté a saber!) pone en danza las sombras nocturnas con el vuelo sigiloso de la propia sólo por arrancar el fierro troquelado que nos protege de caer en lo más hondo del enrevesado sistema de alcantarillado público. ¡Dios nos libre de semejante infortunio!

Recuerdo una lamentable disputa conyugal, durante una cena de amigos. Los anfitriones de la velada comenzaron una escalada de violencia verbal provocada por la mayor o menor implicación de uno de ellos (no importa cuál) en la preparación y disposición en la mesa de los alimentos que íbamos a degustar. La discusión parecía seguir los parámetros políticos de la cordialidad y la corrección hasta que uno de los invitados se atrevió a levantar la tapadera que cubría uno de los numerosos platitos de barro que decoraban la mesa. Invadió la atmósfera un delicioso aroma a cilantro y comino, y todos los allí presentes no pudimos evitar el impulso inicial y, en pie, orientamos las miradas y la ráfaga certera de nuestros olfatos hacia lo que el cerámico cuenco, hasta aquel momento, había ocultado. Es entonces que arreció el griterío. Al parecer, el encargado de la condimentación del supuestamente suculento aperitivo había dejado caer en su interior el corcho de una botella de vino. 
No es tan grave, lo sé, basta con extraer el tapón y dar inicio a la manduca. Pero lo que aconteció a partir de ese momento fue terrible.

En ocasiones pretendemos ocultar nuestras vergüenzas tras velos de respetabilidad o incluso luminosos maquillajes y onerosos modelos prêt-à-porter. Utilizamos máscaras y disfraces, aunque no sean fechas de Carnaval, sólo por evitar que los demás conozcan nuestros más íntimos pensamientos y también, ¡ay!, nuestras más recónditas perversiones. Supimos aquella noche que quien dejó caer el corcho de la botella en el suculento guiso arrastraba una larga querencia por el alcohol nunca confesada, salvo a la persona con que compartía lecho. Todo quedó a la vista de los invitados. Pero es bueno y sano que los demás conozcan los entresijos de nuestras motivaciones. Después de aquel día, con el amable consejo y apoyo de quienes allí nos reuníamos, comenzó una dura lucha contra el demonio del alcohol que, más tarde, daría muy provechosos resultados.

Así, no puedo más que agradecer a quienes ganan el sustento robando tapas de alcantarilla el hecho de que, amén de ganarse la vida, logren de esta manera poner al descubierto las inmundicias de nuestra sociedad. 
Sí, que todo quede a la vista. Quizás así tomemos la sana decisión de intentar enmendar nuestros errores, una vez que estos dejen de flotar en la oscuridad suburbana de los estercoleros y seamos capaces de verlos, asumirlos y reconocerlos como propios.

A más, me temo que en el futuro inmediato más de uno deberá ingeniar nuevos métodos para obtener un salario, de la manera que sea. ¿Tendrá algo que ver con el grotesco volumen de residuos que durante tanto tiempo ha pretendido enterrar esta sociedad del "bienestar" que al fin, ahora, parece asustarnos?


2 comentarios:

  1. Muy fino, como siempre. Tal vez estos rateros-taperos hayan elegido esa nueva profesión motivados por una de las preguntas que algunas empresas hacen a sus entrevistados con la intención de ofrecerles un mísero puesto de trabajo: ¿Porqué las tapas de las alcantarillas son redondas? Los que no conocen la respuesta correcta, son rechazados inmediatamente, no quedándoles otra alternativa de subsistencia que la búsqueda compulsiva de esas mágicas piezas para llevarse a la boca.

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  2. Pablo, es increíble las cosas que pueden descubrirse cuando conscientes o por error levantamos la tapa, descubrir a veces tanta miseria oculta, os produce en ocasiones unas nauseas permanentes, instaladas que no podemos sacarnosla de arriba. Pienso que un buen ejemplo son la épocas de cambios de mandos en nuestros gobiernos, lo que sale, lo que se ve, tratando de mal juzgar al saliente, se asemeja a lo que encontramos al levantar una tapa de alcantarilla. Como siempre muy buen post...

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soy todo oídos...