jueves, 31 de mayo de 2012

sabiduría popular

Viajar en Metro, como trasladarse en transoceánico vuelo (supongo), deja patente, a poco observador que se pueda llegar a ser, la incomodidad e indefensión del humano frente a su igual. 

O sea, que entras en el amanecer apócrifo del vagón suburbano y descubres que, ante tu mirada de reconocimiento, el resto de viajeros oculta la propia. Tomas asiento frente al paréntesis sorprendido de una nínfula generosa de caderas, por ejemplo, y asistes al laboral recorte de unas piernas acostumbradas a sorprender las baldosas. Haces hueco en la esquina mordaz que respira los efluvios ultramarinos de una hembra de estirpe africana y ves huir la respiración que reverbera en su escote. Te acercas al asiento que ocupa un venerable superviviente de guerras y exilios y te golpea el rumor fugaz de un bastón ojeroso. Por resumir (que falta va haciendo), podemos decir que los ciudadanos evitamos la indigna mirada del igual, la cercanía del que, sin pretenderlo, viene a reducir nuestro espacio vital o lebemsraum (como gustaba de nombrarlo Hitler).

El viaje siempre es largo cuando la incomodidad de la cercanía cercena la ilusión de individualidad. Es lo que hay, y nada importa que podamos adivinar las vidas de aquellos que nos esquivan en la huida presurosa de su mirada o su cuerpo. La ojeada de refilón al smartphone, en caso de mediana e incluso escueta edad. El cuerpo al rincón huraño que la vejez permita, en quien ya acaricia el ocaso vital. 
Lo sé, generalizo. Es lo que tienen las sustancias alteradoras de la conciencia.

Reverberó la voz de gruta y aciago atardecer del inconmensurable Leonard Cohen, cuando aún la ventolera violenta de los '80 violaba nuestros pulmones y párpados, para recordarnos que todo el mundo sabe (Everybody knows, en el original):

Leonard Cohen (cortesía de "la red")
Todo el mundo sabe que la guerra no existe,
los buenos la han perdido desde antes de iniciarla.
                    ...
Todos saben que la lucha también fue manipulada:
el pobre permanece pobre, el rico seguirá robando.
                    ...
Todo el mundo sabe que nada está escrito,
todos culpando al destino, saben que no lo saben.
                    ...
Todo el mundo sabe que la Plaga se aproxima,
saben que la enfermedad está avanzando rápido.
                    ...
Todo el mundo sabe que se encuentra en apuros,
todos sienten la cruz que han venido arrastrando.
                    ...
Todo el mundo presiente que se acerca el desenlace, mejor depositen su fe en este Sagrado Corazón que les está hablando, antes de que reviente.
                    ...
Todo el mundo sabe que el tiempo nunca se detiene, así es como marchan las cosas y no hay vuelta atrás (se dan cuenta que el planeta empieza a quejarse).
                    ...
Todo el mundo sabe que debe moverse, así es como podrán salvarse para seguir en la historia.
                    ...
Todo el mundo sabe que la vida no espera, saben que depende más de ustedes... que de mí.
                    ...
Pues eso.

lunes, 28 de mayo de 2012

el nacimiento de una nación

¡Albricias! ¡Al fin! Bueno, disculpen, tales exclamaciones ya se pronunciaron en años anteriores. Pero la emoción me embarga porque Madrid ha sido de nuevo valorada, por los gerifaltes del deporte y la limpia competitividad, como posible sede de uno de los venideros Juegos Olímpicos con que el orden mundial gusta de adormecer a sus ciudadanos. Y disculpen porque, nuevamente, escribo con retraso, cortocircuitos propios de la fugacidad informativa.

Agrada saber que estamos en línea con las capitalidades punteras del orbe, que rozamos ya el imponderable listón por el que se mide la grandeza de una nación. Los comentarios públicos de los mandatarios ídem, ante tan grato acontecimiento, no dejan lugar a dudas: "no es cuantificable el beneficio que supone para España, a niveles de promoción el formar parte del Club Olímpico", "es una evidente muestra de confianza del Comité Olímpico y su espíritu deportivo hacia la nación española", o...redoble de tambores..."el proyecto europeo puede ayudar a un país europeo a salir de la crisis" (sí, así, repitiendo europeo en la misma y escueta frase). Parece que, de lograr salir vencedores en esta disputa que acaba de iniciar, pondremos los cimientos de una nueva y gloriosa nación que será faro y guía para las generaciones venideras. Lo dicho, albricias, y pongan ustedes los signos de exclamación.

Hace ya demasiados años que tuve la fortuna de enfrentarme a las hipnóticas imágenes de El nacimiento de una nación, el precursor relato fílmico con que David W. Griffith quiso inaugurar los albores del celuloide. 

escena de El nacimiento de una nación (cortesía de "la red")
Aquella muda película exponía al espectador la grandeza de la nueva nación norteamericana, haciendo colosal acopio de consignas y parafernalias decididamente racistas, inaugurando la propaganda fílmica sin que apenas tres pares de cerebros pudiesen alcanzar a alertar de lo que el nacimiento de la nación que mostraba el director, en pantalla, podría suponer para las generaciones venideras. Sí, nosotros, afortunados hombres (y mujeres, perdón) de hoy, lo sabemos. A poco informados que estemos conocemos los desmanes que las innovadoras técnicas de Griffith (embetunar a blancos, a efectos de que parezcan negros, incluido) supusieron durante años para la mermada justicia social norteamericana. Fuera de toda duda queda la novedosa tecnología empleada en la puesta en marcha del filme y que cambiaría por siempre la manera de acometer historias en la gran pantalla. Es la moralidad de la propuesta lo que provoca duda e incomodo.

Pero lejos de toda incertidumbre ha de quedar la evolución que la estadounidense sociedad llegó a coronar, convirtiéndose en el democrático faro que guía los designios del mundo libre.

Pensando en ello dejamos de lado las posibles molestias que, al ciudadano de a pie, pueda llegar a causar la musculosa marea de olímpicos guerrilleros y agrestes aficionados a la deportiva convivencia que, de salir vencedores en tan magno acontecimiento, recibiremos los ciudadanos madrileños. Al fin y al cabo han invadido estos días las calles de la capital, con el deporte como excusa, rancios simpatizantes del totalitarismo, al grito de "Madrid será la cuna del fascismo", y no parece haber trascendido incomodidad alguna. No debería nadie dudar del espíritu deportivo de los organizadores de las Olimpíadas, ni de que en la ciudad que los viese nacer, allá por el 776 a.C., campen hoy a sus anchas las furibundas huestes de una congregación neonazi democráticamente elegida para guiar al pueblo, ni que la nación norteamericana consiguiese superar toda crisis a la sombra de un filme que derribó las barreras de la técnica e incendió a blancos disfrazados de negros en grandiosas cruces que proclamaban la supremacía del hombre de origen anglosajón, católico y democrático, sobre la estirpe salvaje de los animalizados esclavos africanos.

A quienes, malpensados, defiendan que alguien debió sacar beneficio económico de tan insignes acontecimientos, les invito a congraciarse con los vencedores, igual que con los perdedores. Espíritu olímpico lo llaman.

jueves, 24 de mayo de 2012

de repente, el último verano

La calle se desdibuja al compás de las temperaturas extremas, y susurrantes ejércitos de polen inician la guerra de guerrillas que asediará las mucosas y pupilas de millones de ciudadanos.

Nos secuestra los días una primavera disfrazada de verano, y los voceros del apocalipsis disfrutan su indolente terrón de refrescante agua mineral y violenta soflama, en los amargos escenarios de las tertulias televisivas. Pronostican el hundimiento silente de toda una sociedad que, ayer, salía a la calle a refrescar el gaznate en los abrevaderos alcohólicos de las terrazas y la festividad aplazada, en bares y garitos de toda índole. Hoy, no los mismos, pero sí algunos de entre ellos y otros muchos que sólo pueden gozar del falso refrigerio de un vaso de agua inflado de precio, en los escuetos salones de la hipoteca feroz, salen a la calle para bramar las consignas de su mala fortuna, esa que engorda las cuentas corrientes de quienes pretenden dirigir sus hastiados pasos.

Pasear las calles. Sorteando la marea humilde de la indignación, o integrándome a ella. Olvidando mi salmónido espíritu para descubrirme igual a mis iguales, a pesar de tan distinto. Y el sol de esta falsa primavera incendiando la pacífica campiña de las cabelleras ciudadanas.

Se suceden los gestos, las propuestas, las acciones que grupos de vecinos trocados en proletaria familia, deciden emprender para combatir el alérgico ataque del polen esparcido desde las cumbres del poder, ése que pretende nublarnos la vista y silenciarnos la garganta. Incluso se hace pública defensa, en televisión, de significar nuestra rabia portando una camiseta puesta del revés, como símbolo del ansia que tengamos de darle la vuelta al mundo. Yo propugnaría salir a la calle sin camiseta, como símbolo del desnudo que ya muchos tienen que vivir en estos tiempos. Amén que sería más grato sortear una marea de hombros y pechos desnudos, en plena ebullición de luces y sombras que jueguen al escondite en los recodos en que la piel humana destila sudores y sabores. Abandonarse, lúbrico y lúcido, a un aluvión sonriente de piel evanescente, ¡ay! Acariciar sin disimulo otras pieles que broten del asfalto para recordarnos nuestra condición humana, y el hecho de que una corbata no es más que una soga de la que colgarse al inicio de la jornada laboral, y un vestido de alta costura sólo el ataúd presuntuoso de la gana de sorber la vida a dentelladas.

Regresado a la que siendo aún mi casa al punto está de dejar de serlo, recopilo las llamadas perdidas de amigos que me recuerdan que el asfalto de ciertas calles, las barras de algunos bares, los andenes de diversas estaciones de suburbano ya comienzan a añorarme.
Amigos que no desean mi marcha. Abrazos que me reclaman. Las calles de la ciudad arrasadas de pasos y aplausos indignados, de pieles y pupilas enrojecidas (el polen, me digo), de calores y cóleras sofocantes que invitan a desnudarse. Y mi rostro arrasado en lágrimas. Confío en que sirvan al menos para regar las adoquinadas grietas de la ciudad y que, quizás, tal vez, broten un día de ellas ramilletes de esperanza.

Y volver, volver ... decía la canción.

Es la melodía insomne a la que pretendo aferrarme cuando asumo que, a pesar de todo, gloriosas dosis de amor envenenan las callejas en que esta ciudad juega a enredarse, y surgen nudos como corazones en que anida el cachorro de un abrazo que, antes de mi partida, ya me reclama.Quizás, a mi regreso, quién sabe, no sólo encuentre en las calles de Madrid la caricia fraterna del amigo, sino también la primaveral tapicería de una multitud que obstruya las avenidas infartando la ciudad de futuro y esperanza.

A los amigos que son, y a los que lo serán algún día...gracias. Hoy asumo que no existe palabra más bella.

lunes, 21 de mayo de 2012

subterfugios del hambre

Traen los suplementos de "tendencias" de los periódicos patrios, a la hora del aperitivo, la consumación del lucro, esta vez en alusión a una necesidad básica para la subsistencia: la alimentación. Nos informan del crecimiento insoslayable de un novísimo negocio basado en proveer, a aquellos clientes que gustan de comer fuera de casa, de suculentas experiencias gastronómicas. Repito: experiencias. No se valora ya, en los restaurantes referidos, la calidad suprema de la materia prima utilizada en los platos, o su exquisita preparación. Hablamos de algo así como una incongruencia: restaurantes en que la comida viste disfraz de actor secundario, dejando a la experiencia, la sensación, el papel principal.

Quizás no alcancen a creerme. Les dejo una muestra de los términos utilizados por los nuevos gurús de la gastronomía: el ego-food para aquella comida conformada exclusivamente para un único comensal y cuya composición no se repite en ninguna ocasión, el food telling cuya base es la asimilación de alimentos con mensaje orientados a proporcionar información sobre la identidad y autenticidad de lo deglutido, y el rimbombante E-motional food system formado únicamente por componentes nutricionales que estimulan sin paliativos la denominada "inteligencia emocional".

Fue en una pequeña ciudad del estado de Uttar Pradesh, en la India, que pude compartir mesa y cuenco con una humilde familia hindú. Eramos cinco alrededor de una única y minúscula escudilla, en cuyo vientre de barro y desaseo, humeaba un delicioso curry de verduras. Imitando los procederes del resto de comensales, introduje la mano en aquel cálido guiso y, tras un par de fallidos ensayos, pude acercar a mi boca una breve porción de húmeda y especiada zanahoria. El padre de familia comenzó a reír abiertamente, al observar mis renovados intentos de recoger entre los dedos nuevos bocados que alcanzasen mi garganta antes que el suelo. Fue el pistoletazo de salida que dio entrada a un amable tropel de carcajadas entre el resto de los integrantes, especialmente en el caso de los dos pequeños, que comenzaron entonces a recolectar comida con sus manos y acercarla a mi boca. Sólo se vió interrumpida la algarabía por la madre, al dirigirse ésta a la minúscula cocina en busca de un nuevo cuenco, en este caso de arroz. Cesaron las risas, ya digo, y arreció una golosa lluvia de dedos sobre el nuevo platillo.
No mentiré. No conseguí en aquella primera colación desenvolverme con soltura.

La comida era escasa, pero quizás más de la que habituaban a ingerir cada día los integrantes de aquella familia. Creo no equivocarme si aseguro que decidieron aquel día, en honor a mi presencia de invitado a su mesa, utilizar mayor cantidad de alimentos, aún a riesgo de pasar hambre al día siguiente. Sólo por proporcionarme una experiencia culinaria. Cierto, fue toda una experiencia disfrutar el bullicio de aquellas cálidas sonrisas, el festival de caricias de los niños, las orgullosas palabras del pater familias cada vez que mentaba el competente cometido de su mujer, a los fogones.

Comer, lo que se dice comer, ya lo he explicado, no pudimos ninguno hacerlo en demasía. Pero saciados quedamos de sana y sincera camaradería. Quizás pudiesen los abanderados de la "nueva cocina" incluir una experiencia como esta en su E-motional food system, más teniendo en cuenta los riesgos que entraña compartir plato con un grupo de personas que carecen de los medios oportunos para conducirse con la higiene de que tanto hacemos gala los integrantes de esta parte del mundo que decidimos llamar Occidente. Experiencia extrema, creo que eso gusta mucho a día de hoy.

Puestos a elegir entre una experiencia ego-food en solitario (o en compañía de otros que permanezcan absortos cada uno en su propia sensación, o en la pantalla de su iPad, quién sabe) y un simple puchero compartido con quien nada más tiene que compartir, no me cabe ninguna duda.

Decía mi abuelo que a la hora de la comida es preciso tener hambre, ya que eso hará que se nos antoje delicioso cualquier alimento que tengamos la suerte de disfrutar. No podemos negar que hay hambre en el mundo, a ambos lados de la frontera con que hemos decidido dividirlo. Hambre de pan en los castigados eriales del "subdesarrollo". Hambre de sensaciones en las frondosas praderas del "progreso". Famélica raza, la humana.

miércoles, 16 de mayo de 2012

noticias asesinas

Sorprenden la fugacidad de nuestros días crueles noticias que nos hacen tomar conciencia del estupor de los calendarios. Es así que los periódicos, la urgencia de tinta del papel impreso, son la única prueba, hoy, de la realidad y la inminencia.

Cogemos el periódico del día y leemos que aquel o este banquero han recibido una suculenta y millonaria indemnización por los esforzados años transcurridos al servicio de la empresa, o que en un país lejano de cuyo nombre nunca tuvimos constancia se libra una batalla aún más lejana en la que mueren, en primer lugar, ancianos, mujeres y niños, como en el abandono inverso de un trasátlantico que, inevitablemente, se hunde.

Dejando que pasee ante mi mirada la acción frenética de imágenes de una de esas teleseries con que gustan de ametrallarnos a día de hoy, en la televisión, detengo mi atención en la primordial pista de una supuestamente turbadora investigación criminal. Resulta que el asesino ha enviado a la oficina del detective de turno, la instantánea de una de sus víctimas, convenientemente ensangrentada, junto al periódico del día. 
Repaso mentalmente las numerosas ficciones de celuloide en que tal argucia es desencadenante de un tropel de actividades policiales que conduzcan a la detención del peligroso criminal. Asusta pensar que los guionistas adjudiquen siempre al homicida la lógica que no emplean las fuerzas del orden. ¿Qué mejor manera de exponer al intranquilo público las más mezquinas de nuestras acciones que mostrar la portada del periódico del día? La noticia palpitante de actualidad e Historia, delicadamente moldeada en el barro vegetal del diario, no admite photoshops ni otras argucias orientadas a estafar la realidad.

Hubo un tiempo en que la objetividad cruel de la realidad circundante quedaba inevitablemente retratada por la violencia súbita del flash fotográfico. Nada que esconder u obviar, ni modo de ocultar las atrocidades de un conflicto o revuelta. Sangre y dolor ensuciando las páginas del periódico, dejando al libre criterio del lector cualquier tipo de análisis de opinión. Hoy, ya, los reporteros gráficos deben jugar con programas informáticos al igual que lo hacen los niños del mañana, y acatan normas no escritas orientadas a jalear diferentes posturas ideológicas. Línea Editorial, lo llaman. Entramos de lleno en la subjetividad fotográfica, y las imágenes que acompañan la palabra, en los periódicos, se tiñen de manipulaciones y tintes diversos que emparejen, amorosas, con la línea editorial de la corporación de turno.

Parece que los únicos que han comprendido la inextirpable realidad del periódico del día son los asesinos de las teleseries. Frente a la rauda manipulación de procederes y pensamientos, la emperifollada batería de ornamentos cibernéticos de los noticieros informáticos, el criminal muestra la sorpresa de tinta y actualidad del periódico del día. La foto de portada quizás esté también manipulada, y los titulares embebidos en indisimuladas consignas ideológicas. Pero la fecha no engaña, y cualquiera puede comprobar que el diario que sostiene entre sus manos agarrotadas la víctima en apuros, está aún a la venta en cualquier quiosco de la ciudad.
A la venta y a precio de saldo. Como la objetividad. Como la información veraz libre de consignas más allá de la de traer a la ciudadanía la realidad salvaje de los días. 

Creo que hoy, en mayor medida que antaño (si cabe), un hombre de su tiempo debería llevar, bajo el brazo, el periódico del día.

lunes, 14 de mayo de 2012

la ventana indiscreta

He tenido la fortuna de recuperar, durante unos años, aquellos tiempos en que, de niño, mi curiosidad podía asomarse al patio interior del edificio que habitaba. Descubrir el vuelo frágil de los gorriones y la voz de las vecinas jugueteando entre las cuerdas de tender la ropa. Aprehender murmullos y susurros, tal vez gemidos, provenientes del interior de numerosas viviendas, a la hora frágil de la limpieza, ésa en que las ventanas se abren para dejar correr el aire y que vuelen lejos los aromas encerrados de las horas nocturnas.

Lamentablemente, los edificios modernos no disponen de patio interior. Pero puedo considerarme afortunado. El que yo vengo habitando en los últimos tiempos reúne sus ventanales alrededor de un patio que, dada su amplitud, no permite en demasía escuchar las historias de antaño pero sí, al menos, poder disfrutar de la visión de escenas cotidianas cuyos protagonistas ignoran son contempladas. Como aquel protagonista de la película de Hitchcok, puedo yo acodarme en la baranda cálida del verano a contemplar a mis vecinos, utilizando como coartada un cigarro a medio consumir. No he podido intuir aún asesinato alguno o violenta reyerta brotada de los rescoldos de una pasión amorosa equívoca, en algún domicilio situado frente al mío. Sólo escenas cotidianas. La vecina que tiende las sábanas ataviada sólo con ropa interior, en el mejor de los casos. Los etílicos movimientos espasmódicos de un vecino en la cresta de la ola de la embriaguez, en el peor.

Ahora desarmo la casa. Aireo las habitaciones que comienzan a perder vida a medida que se desocupan de muebles, enseres, recuerdos, fetiches. Según la vivienda va quedando vacante de objetos comienza la edad adulta un eco feroz que infantiliza las voces que hasta ayer habitaron sus estancias.

No es fácil desmantelar un hogar cuando en él has dado forma, durante años, al barro milagroso del amor y el sufrimiento. Ocupamos domicilios con la loca fantasía de establecer las líneas maestras de nuestros días. Creamos hábitos y sentimientos que se pretenden eternos entre las cuatro paredes que nos permiten abrevar el regato cristalino de nuestro descanso.

Mi casa va quedando vacía, ya digo. Estamos de mudanza. Pero no hay otro hogar más amplio y luminoso, con mejores vistas y guarda de seguridad a la custodia de nuestro levantisco sueño, esperando nuestro traslado. Nos espera el exilio. Voluntario, cierto, pero exilio al fin y al cabo. Y ahora comprendo que lo más doloroso de este traslado que nos hará cruzar océanos y desdibujar caricias es la ausencia de voces que lo rellenen de acústica gomaespuma. Me asomo a la terraza y no escucho nada. Sólo puedo imaginar conversaciones, al amparo de movimientos corporales desdibujados en la terraza de enfrente. Si me retiro las gafas ni siquiera eso.

Añoro el patio interior de la infancia. Hubiesen podido, allí, los vecinos, ser testigos de los sollozos que estas cuatro paredes aúllan hoy, tan cercana la marcha, tan inminente el abandono. Aquí, ahora, mañana, sólo podrán los habitantes limítrofes a la que durante tanto tiempo ha sido mi morada, como el protagonista del hitchcokiano filme, ver e imaginar. No llegarán hasta ellos los lamentos de los libros empaquetados, de las fotos descolgadas, de la cubertería jubilada.
Añoro el patio interior de la infancia, ya digo. Allí hubiesen podido las vecinas escuchar nuestros gemidos, prestar oídos a la polifonía doliente de nuestros recuerdos abandonados.

sábado, 12 de mayo de 2012

la voz

Dicen que fue su inigualable timbre de barítono y la presencia escénica con que desenvolvía los corazones como si fuesen caramelos de fresa, lo que consiguió que pasase a la Historia con el apelativo de LA VOZ. Dicen que Sinatra merodeaba meloso los rincones turbios de los escenarios, esos en que se cocinan a fuego lento las vísceras de la melancolía.
Dicen que Sinatra entreabría los labios y desperdigaba aterciopeladas tormentas de ensueño y borrasca a medio hacer.
La voz, es lo que tiene.

Vivimos absortos, hoy, en una marea de vibrátiles volatilidades. Cantamos en la ducha, por ejemplo, y olvidamos o no conocemos o ignoramos el funcionamiento de ese mecanismo que nos permite vocalizar y que los demás comprendan las palabras a que nuestra garganta da forma, sonido, molde, latido.
Fue por ello, dicen, que hace más de una década, la Federación Internacional de Sociedades de Otorrinolaringología (¡ahí es nada!), decidió que cada 16 de abril se celebraría el Día Mundial de la Voz (lo sé, de nuevo escribo con retraso, hablar hoy del 16 de abril es como hacerlo de las Guerras Napoleónicas). Explico esto porque es norma desconocer quién decide instaurar la mundialidad de la voz, de la paz, de la salud, de las bombas de neutrógeno, del napalm, de la malaria, de la bicicleta, del triciclo, del abrazo, del niño noruego o de la leche en polvo. Se deciden fechas conmemorativas pero ignoramos quién y por qué lo hace. Ya conocemos, pues, el motivo del anual homenaje mundial a la voz. Pero no se trata, en esta curiosa efeméride, de homenajear al gran Sinatra, no. Resulta que el motivo último es advertir a la ciudadanía mundial de la importancia que tiene el hecho de que proporcionemos a la articulación de vocablos (la voz) el mayor de los ciudados. ¡Bravo por la citada Federación!

En estos tiempos que corren es bueno saber que hay instituciones internacionales preocupadas por el buen uso y salubre bienestar de nuestros órganos vitales. Claro que, escuchando las noticias, cuando hablan de la importancia que la voz tiene no sólo para nuestras relaciones personales, sino también laborales, y escuchando a posteriori la interminable enumeración de posibles dolencias o enfermedades que puede acarrearnos la despreocupación hacia tan preciado órgano de comunicación, nos surgen las preguntas.

Nos enseñaron desde jovencitos, aunque muchos hayamos decidido ignorarlo, la importancia de la revisión dental habitual. Pero nada nos dijo nadie de la importancia de idénticas rutinarias revisiones de nuestra garganta, cuerdas vocales y pulmones que, al fin, son los esforzados portavoces de aquello que deseamos expresar mediante palabras que suenan. Con motivo de la celebración a que venimos aludiendo se han organizado campañas gratuitas de revisión médica en medio mundo. Sí, a pesar de ser Día Mundial las actividades se limitan a la mitad (o menos): el medio mundo sano y delicadamente preocupado por su salud. El medio mundo en que los ciudadanos podrán pagar la posterior revisión anual a que les conminarán los profesionales de la salud que han empleado sus esfuerzos en las citadas revisiones gratuitas.

Frank Sinatra (cortesía de "la red")
Ahora comprendo por qué Sinatra era La Voz. Imagino que sus cuantiosas ganancias le permitirían acudir a profesionales exámenes periódicos de su órgano más preciado. Tal vez fuese la magia de la ciencia sanitaria la que le permitió seguir fumando sin dejar en la cuneta un ápice de su valioso don. Quizás fuese él quien inspiró a los gerifaltes de la Federación Internacional de marras. Y, por tanto, gracias a ellos, podremos disfrutar en años venideros de nuevos Sinatras, imagino. Cierto es que se hacen desear ya en exceso, no lo niego. Pero tengamos fe, es seguro que tarde o temprano llegarán.

Yo lo tengo claro. Registraré en la agenda de mi teléfono móvil el 16 de abril  y, cada año, llegada tal fecha, iniciaré la jornada escuchando a Frankie susurrar ...in the wee small hours.

jueves, 10 de mayo de 2012

aún tengo tu sabor


Quise modelar recuerdos
en breves pechos de ninfas,
y la tarde rubia y oro
me sorprende con un beso
que se tatúa en mi piel
con la mordedura tersa
de un reloj enceguecido

...cuando las nubes te añoran
y los espejos te buscan
es que escribo torpes, vagos
octosílabos que mienten

lunes, 7 de mayo de 2012

el mundo es un balón de cuero

En un punto inexacto de las agrestes costas de Alaska (permitan que no me tome tiempo en abrir otra pestaña en "la red" para buscar la información exacta) una familia ha recogido de entre los tules del vals huidizo que el oleaje acomete, cuando la marea baja, un balón de fútbol, algo maltratado y dolido por los zarpazos húmedos del océano. 
Efectivamente, el esférico ha ido dejando, por entre los silencios que la bajamar impone a la pleamar, como si de mensajes en viajeras botellas se tratase, restos de colores y retazos de marcas comerciales. Pero, imbatible a la batida funesta del piélago, ha permanecido, adherido a una de las curvas vertiginosas del citado balón, la firma de su antiguo propietario.

Resulta que quienes encontraron la pelota de cuero autografiada decidieron utilizar las nuevas tecnologías para encontrar a aquel cuyos pies jugaron largo tiempo con ella. Sencillo: una foto con el smartphone, tres anuncios en facebook, dos decenas de tweets y varios videos en youtube. Afortunadamente no rubricó el antiguo propietario, junto a su nombre autógrafo, el de su amante, por ejemplo. Peor trago que los muchos de agua sufridos por el balón de cuero hubiese sido verse descubierto en adulterio merced a las nuevas tecnologías.

No soy ni he sido muy seguidor del balompié ni, realmente, de ninguna actividad propicia a favorecer el exceso de sudoración (fuera de las más íntimas, of course). Quiero decir que ni siquiera como espectador me enfervoriza el deporte. 
Pero de un tiempo a esta parte tiendo a valorar el parecido de este esférico Planeta que habitamos con las pelotas que los astros del Deporte Rey hacen correr y derrapar sobre el terreno de juego. Deporte de planetaria fama y de planetaria danza: la que ejecuta el balón correteando beodo entre las piernas de los futbolistas, sin conocer su destino cierto, sin decidirse por un rincón concreto, sin rumbo, perdido, a la espera de que un certero puntapié lo envír a su descanso turbio de red enmarañada. Igual el planeta, pienso, perdido ya en los estantes más mugrientos del cosmos, a la espera de la definitiva patada que lo saque para siempre de la órbita perfecta en que viene agotándose durante ya demasiados siglos. De seguir, como hacemos, violentando su energía natural, podremos verla pronto descansar en la profundidad inerte de la portería que defiende nuestro guardameta, sea éste quien sea.

Lo sé, en ocasiones me atrapa el pesimismo. Es por ello que decido retomar la historia del balón perdido, el que llegó a las costas de Alaska. Finalmente apareció el dueño: un joven japonés que había perdido su amado esférico entre las turbulencias asesinas del tsunami que el pasado año asoló el País del Sol Naciente. 


Largo recorrido había demorado por entre las aguas la citada esfera de cuero, hasta llegar a otras costas donde pudo ser rescatada y, vía internet, regresar, de nuevo, a los pies de quien tanto lo había utilizado. Quizás la firma indeleble que, como humanos, dejamos en nuestro Planeta sea, en vez de sentencia, algún día salvación, y pueda llegar a otras costas más amables, más fraternas, que lo acojan, lo cuiden y lo devuelvan con cariño a quien tanto lo golpeó antaño. Quizás lo recojamos con cariño entre nuestros brazos y dediquemos, a partir de entonces, nuestros más encomiables esfuerzos a preservarlo, aunque ya sólo quede en él nuestro pernicioso autógrafo.

Tal vez sería suficiente con que recordásemos cuantos mágicos momentos nos ha proporcionado este maltratado balón de cuero.

Casualmente en estos días Japón da los últimos pasos hacia el "apagón" nuclear, ante las iras e indignaciones de "los mercados", que aseguran que tal acción sólo conllevará el hundimiento de la economía nipona.

sábado, 5 de mayo de 2012

el buen ladrón

Sorprendido gratamenta al conocer que el robo y posterior venta de tapas de alcantarilla se ha convertido, en los últimos tiempos, en lucrativo negocio para quienes a tan peligrosa labor dedican sus horas de asueto. Vivimos tiempos de inalcanzables cifras que, enloquecidas, bailan al son del chasquido que, con sus dedos, ejecutan personas de mucho nombre y poca presencia. Creemos así, el común de los mortales, que el asalto al Parnaso idealizado de lujos y permanente descanso dominical sólo podrá ejecutarse entrando con los pies manchados de barro obrero en los parqués de las Bolsas y Bancos, de las grandes corporaciones. Eso desalienta a muchos. Agachan la cabeza y se proclaman incapaces de generar mayor beneficio que aquel que les haya contratado tenga a bien proveerles.

Pero resulta, a la vista de lo que los noticieros nos advierten, que las tapas de alcantarilla producen jugosos réditos y, más de uno, azuzado por la necesidad (o el desenfreno, ¡vaya usté a saber!) pone en danza las sombras nocturnas con el vuelo sigiloso de la propia sólo por arrancar el fierro troquelado que nos protege de caer en lo más hondo del enrevesado sistema de alcantarillado público. ¡Dios nos libre de semejante infortunio!

Recuerdo una lamentable disputa conyugal, durante una cena de amigos. Los anfitriones de la velada comenzaron una escalada de violencia verbal provocada por la mayor o menor implicación de uno de ellos (no importa cuál) en la preparación y disposición en la mesa de los alimentos que íbamos a degustar. La discusión parecía seguir los parámetros políticos de la cordialidad y la corrección hasta que uno de los invitados se atrevió a levantar la tapadera que cubría uno de los numerosos platitos de barro que decoraban la mesa. Invadió la atmósfera un delicioso aroma a cilantro y comino, y todos los allí presentes no pudimos evitar el impulso inicial y, en pie, orientamos las miradas y la ráfaga certera de nuestros olfatos hacia lo que el cerámico cuenco, hasta aquel momento, había ocultado. Es entonces que arreció el griterío. Al parecer, el encargado de la condimentación del supuestamente suculento aperitivo había dejado caer en su interior el corcho de una botella de vino. 
No es tan grave, lo sé, basta con extraer el tapón y dar inicio a la manduca. Pero lo que aconteció a partir de ese momento fue terrible.

En ocasiones pretendemos ocultar nuestras vergüenzas tras velos de respetabilidad o incluso luminosos maquillajes y onerosos modelos prêt-à-porter. Utilizamos máscaras y disfraces, aunque no sean fechas de Carnaval, sólo por evitar que los demás conozcan nuestros más íntimos pensamientos y también, ¡ay!, nuestras más recónditas perversiones. Supimos aquella noche que quien dejó caer el corcho de la botella en el suculento guiso arrastraba una larga querencia por el alcohol nunca confesada, salvo a la persona con que compartía lecho. Todo quedó a la vista de los invitados. Pero es bueno y sano que los demás conozcan los entresijos de nuestras motivaciones. Después de aquel día, con el amable consejo y apoyo de quienes allí nos reuníamos, comenzó una dura lucha contra el demonio del alcohol que, más tarde, daría muy provechosos resultados.

Así, no puedo más que agradecer a quienes ganan el sustento robando tapas de alcantarilla el hecho de que, amén de ganarse la vida, logren de esta manera poner al descubierto las inmundicias de nuestra sociedad. 
Sí, que todo quede a la vista. Quizás así tomemos la sana decisión de intentar enmendar nuestros errores, una vez que estos dejen de flotar en la oscuridad suburbana de los estercoleros y seamos capaces de verlos, asumirlos y reconocerlos como propios.

A más, me temo que en el futuro inmediato más de uno deberá ingeniar nuevos métodos para obtener un salario, de la manera que sea. ¿Tendrá algo que ver con el grotesco volumen de residuos que durante tanto tiempo ha pretendido enterrar esta sociedad del "bienestar" que al fin, ahora, parece asustarnos?


martes, 1 de mayo de 2012

elogio de la pereza

Albert Cossery (cortesía de "la red")
"La civilización se hacía especialmente terrible a lo largo de la calle Fuad I y de la calle Emad-El Dine. De hecho, estas dos calles principales gozan de todo lo que una ciudad civilizada mantiene y prodiga para el embrutecimiento de los hombres. Allí había espectáculos insípidos, bares donde el alcohol costaba muy caro, cabarets con bailarinas fáciles, tiendas de moda, joyeros e incluso anuncios luminosos. No faltaba nada en la fiesta. Uno se embrutecía a más no poder.
Sin embargo, la ciudad rebosaba de una multitud de seres que no tenían nada en común con ese desorden y esas luces. Pasaban junto a todas esas luces como sombras amedrentadas. Miraban todas esas cosas hermosas de la ciudad con ojos de animales que no entienden. Transportaban con ellos su barrio lodoso y la sucia miseria. Eran visibles como llagas. Trataban de echarlos fuera, pero se obstinaban en quedarse. Una razón suficiente e implacable los atraía a este recinto mágico: el hambre. Era algo que comprendían muy bien. Eran innumerables, alrededor de los restaurantes, de todos los lugares donde se come. Para ellos, comer era todo. No deseaban nada más. Desde hacía varias generaciones no habían tenido otro deseo. Eran cuerpos innobles y sin alma. La ciudad sufría por contenerlos; la civilización sufriría al verlos. Parecían remordimientos; remordimientos muy antiguos arraigados en el suelo. Pero, a pesar de todo, no querían morir. Mendigar un pedazo de pan a aquellos que les habían quitado todo era aún para ellos una oportunidad de vida. Y se les llamaba mendigos o bien ladrones, según su insistencia en vivir.
"

Albert Cossery

En breve plazo alcanzaremos los 4 años desde que el gran Albert Cossery se cansó de no hacer nada y decidió abandonarnos. Quedan sus obras y, especialmente, su vida, marcada por una insobornable puesta en práctica de la pereza. Nada hizo, salvo observar y escribir, y sólo desenvainó la pluma, de tanto en tanto, para proclamar su insumisión a cualquier tipo de actividad física orientada a la obtención de un salario.

Entre sus últimas declaraciones hallamos esta gema:
"Sólo me gustaría que, después de haberme leído, la gente no tenga ganas de ir a trabajar al día siguiente"

Hoy muchos se sienten como el genial autor, aunque ellos preferirían trabajar y no observar de tan cerca las inmisericordes dentelladas del hambre y el miedo.
 
¡Feliz 1º de Mayo!