lunes, 23 de enero de 2012

la fama cuesta...

Me pretende incitar un amigo a comentar algo relativo al hundimiento del crucero Concordia. Me revuelvo replicando con mi ausencia de interés por tan desgraciado accidente. Ya está en boca de todos y no veo al asunto la más mínima importancia. Mayores desgracias suceden. Discúlpenme los familiares de las víctimas.
Pero debido, efectivamente, a la categoría de Gran Noticia de este iniciático inicio de año, que ha adquirido el citado naufragio, vamos desentrañando, día a día, las implicaciones y subterfugios de algo más parecido a un culebrón brasileño que a un accidente marítimo. El capitán, o sea, el gran culpable, y su extenso catálogo de faltas y delitos.

Pero no se crean, hay más culpables. Dígase los carabinieri que intervinieron en el rescate. Esto no es seguro, pero así se desprende de las indignadas soflamas que, contra ellos, barbotea uno de los supervivientes, sorprendido por las cámaras de televisión, incitado de esta manera a utilizar sus escasos minutos de fama. El caso es que el fallido viajero, se alarga en su explicación de las maniobras erróneas que los carabinieri utilizaron para sacarles con vida del buque. Ni que decir tiene que él lo habría hecho mejor. Sobra explicar que el espontáneo reportero conocía, mejor que los equipos de salvamento italianos, los métodos a utilizar en tan grave situación.

Anita Pallenberg & Brian Jones (cortesía de "la red")
Fue el artista Andy Warhol quien proclamó la total seguridad de que los nuevos tiempos darían a cada ciudadano sus 15 minutos de fama. No dió, el padre del arte pop, las indicaciones precisas para aprovechar esos 15 minutos al menos la mitad de bien que él lo había hecho. Sólo nos otorgó, al resto de la humanidad, la seguridad de que la popularidad aguardaba a la vuelta de la esquina. Profetizó la invasión inmisericorde de los mass media, y puso al alcance de los más despiertos la posibilidad de hacerse célebres utilizando los mismos. Así, siguiendo sus indicaciones, muchos se convirtieron en iconos de la sórdida modernidad del pasado siglo. Aprovecharon las cámaras, claro, para exhibir sus dotes artísticas o, a falta de éstas, al menos sus hermosos físicos. Ejemplos de ello fueron Anita Pallenberg (bella, hipercerebral modelo y artista) y Brian Jones (bello, incombustible drogata y músico).

Aparte que el agraviado turista hispano que se indigna frente a las cámaras de televisión no es especialmente agraciado, en el plano físico, menosprecia sus minutos de fama  vituperando y desdeñando las maniobras de aquellos que, en situación de emergencia, y con el ánimo de salvar su vida y la de los que en su mismo trance se hallaban, realizaron maniobras según él erróneas. Podría haber glosado su épica hazaña tratando de salvar a los compañeros de infortunio, por ejemplo, aunque fuese falso (nadie intentaría comprobarlo). Los cachorros de Warhol, frente a una cámara, sólo hablaban de elos mismos, o simplemente se exhibían, libres de ataduras tan sólidas y tramposas como el desprestigio del trabajo ajeno. Sabían lo que hacían.

Por cierto, no sé si he comentado que Anita Pallenberg y Brian Jones son dos de los protagonistas de mi novela Los Cuadernos del Hafa, de inminente publicación. Tengo que comenzar a utilizar los medios disponibles...la fama cuesta.

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